Alcohol: las consecuencias para la salud

 

La embriaguez no es el único efecto de un consumo excesivo de alcohol. Descubre el recorrido del alcohol en el organismo y sus consecuencias.

El desconocido de la casa

Cuando consumimos una bebida alcohólica, el alcohol que contiene atraviesa la pared intestinal sin sufrir ninguna modificación. Así, pasa a la sangre con mucha rapidez: de 15 a 30 minutos si la persona es joven y de 30 a 60 si este paso se ve obstaculizado por la presencia de alimentos. Es en ese momento cuando la alcoholemia (presencia de alcohol en la sangre) llega a su nivel más alto para luego volver a bajar de manera progresiva.

A través de la red sanguínea, el alcohol se distribuye por todo el organismo, en particular, por los órganos más irrigados: el hígado, el corazón y el cerebro. El hígado transforma lentamente el 95% del alcohol, el 5% restante es eliminado por los pulmones y el aire expirado, los riñones y la orina, la piel y el sudor.

Hoy en día, se conocen bien los efectos nocivos del alcohol. El hígado, el cerebro y el sistema nervioso, el corazón y los músculos se pueden ver afectados. El aparato digestivo tampoco está a salvo: las mucosas, el estómago y el intestino se irritan con una sensación frecuente de ardor.

Esta sustancia psicoactiva actúa en el cerebro al igual que el cannabis u otras drogas. Ralentizado, perturbado, el cerebro se satura. Son frecuentes los problemas de reflejos, de la visión y del equilibrio, pérdidas de memoria, etc. El alcohol actúa como una droga, pudiendo crear dependencia si se consume regularmente.

Los efectos del alcohol pueden incrementarse con la ingesta de ciertos medicamentos como los somníferos o tranquilizantes.

Los efectos a corto plazo

Los efectos inmediatos son de sobra conocidos. La embriaguez se manifiesta en pocas horas cuando el consumo es abundante. Si la persona no está acostumbrada a beber, estos síntomas aparecerán antes. Se alteran la coordinación motriz, el equilibrio, la percepción y el juicio. Se distinguen invariablemente tres fases que van de la euforia a la somnolencia. El estado evoluciona de la siguiente manera:

  • Fase de euforia: La tasa de alcoholemia      es inferior a 0,7 g/l en sangre. Se llega al estado de embriaguez      cuando la persona se siente eufórica, desinhibida, habladora y familiar.      Las funciones cognitivas (vigilancia, percepción, memoria, equilibrio,      juicio) empiezan a verse afectadas.
  • Fase de embriaguez: La tasa de      alcoholemia se sitúa entre 0,7 a 2 g/l en sangre. Trastornos del      equilibrio, dificultades al hablar, etc. Es una fase caracterizada por la      descoordinación con problemas de vigilancia, pasando del adormecimiento a      la torpeza.
  • Fase de somnolencia: La tasa de      alcoholemia es superior a 2 g/l en sangre. Después de un período de      excitación, la persona se adormece. Si la tasa de alcoholemia es superior      a 3 g/l en sangre, existe riesgo de coma etílico profundo que requerirá un      seguimiento en medio hospitalario.

La reducción de la vigilancia puede dar lugar a comportamientos peligrosos. Después de una copa, el riesgo de accidente en carretera o en la vida diaria se multiplica por tres, después de tres copas, por diez. Así, la embriaguez está relacionada con el 40% de las muertes en carretera, el 25-35% de accidentes de coche no mortales, el 64% de los incendios y de las quemaduras, el 48% de las hipotermias y casos de congelación, el 40% de las caídas y el 50% de los homicidios.

El alcohol también es un factor de agresividad y sería el responsable del 50% de las peleas, del 50% al 60% de los actos criminales y del 20% de los delitos.

Por último, el consumo de alcohol aumenta el riesgo de relaciones sexuales no protegidas. Y sin preservativo, un solo encuentro basta para contagiarse del virus del sida y de otras infecciones de transmisión sexual o para embarazos no deseados.

Los efectos a largo plazo

A largo plazo, el alcohol puede ser el responsable de numerosas enfermedades: cánceres (boca, esófago, garganta); enfermedades del hígado (cirrosis) y del páncreas; enfermedades del sistema nervioso y trastornos psíquicos (ansiedad, depresión, irritabilidad, etc.); problemas cardiovasculares, etc. Debido a un mayor consumo, los hombres las padecen más que las mujeres, y una de cada siete muertes está relacionada con el alcohol.

  • Sistema nervioso y psíquico: un consumo excesivo puede acarrear problemas de memoria, ansiedad, depresión, insomnio e incitar al suicidio. Entre las mujeres embarazadas, el riesgo cerebral es muy alto para el embrión y el feto (retraso en el desarrollo, ataque cerebral, etc.)
  • Sistema cardiovascular: los beneficios de      un consumo moderado (alrededor de dos vasos al día) para la salud      cardiovascular es hoy en día objeto de debate. Pero sabemos que el riesgo      de hipertensión y de accidentes vasculares cerebrales aumentan con el      alcohol.
  • Aparato digestivo: El alcohol puede      provocar cánceres en las vías aerodigestivas superiores (boca, garganta,      laringe, esófago) y es un veneno para el hígado. Provoca la destrucción      del tejido hepático pudiendo ser el causante de cirrosis (cerca de 5.000      muertes al año) o de cáncer de hígado (alrededor de 6000 muertes).

Así, el alcohol provoca directamente al año 23.000 muertes por cáncer, cirrosis o dependencia y 45.000 muertes como factor asociado. Es la segunda causa de muerte evitable después del tabaco.

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